1 may 2011

Detalle teja nº 6

Teja nº 6

El tren


Todos los días, a la misma hora, se la podía ver sentada en la misma piedra. Un pequeño cuerpo, cabellos dorados, ojos claros y brillantes. Con sus pequeñas manos entrelazadas y la vista fija al frente, esperaba verlo y allí estaba de nuevo, grande y majestuoso, lleno de gentes que marchaban hacia algún lugar. Ella dejaba volar su imaginación y subia a ese tren en marcha, cerraba los ojos y soñaba. En su carita de niña se podía ver la sonrisa de la ilusión dibujada.

Un poco más allá, a través de la ventana, también a la misma hora, también todos los días, su madre miraba al mismo sitio, pero ella no subia en el tren sus sueños, sino que deseaba que este le devolviera los que un día le robó. En su rostro no había ilusión, sus ojos no dibujaban fantasias, lloraban de dolor y de rabia. Sin embargo allí estaba la pequeña, que sentía pasión por aquella maldita y asesina máquina. Cada día que pasaba, aquel ruido se clavaba más en sus corazones, para la pequeña, con creciente pasión, para la madre, con axfisiante dolor.

Pasaron unos años, el corazón dolorido se había sosegado y el pequeño corazón crecía descubriendo cosas nuevas, pero sin olvidar su pasión.

Llegó un día que la puerta de aquella máquina se abrió ante ellas y las invitó a subir y a viajar. Dos corazones estaban a punto de romperse, uno de dolor, otro de alegría. Una pequeña naricilla viajó pegada al cristal de la ventanilla muchos kilómetros, mientras unos ojos claros de niña pequeña, devoraban todo cuanto pasaba ante ellos.

Aquella máquina por fin llegó a su destino y puso mucha distancia entre ellas, que nunca se habían separado.

Muchos años ya han pasado, la máquina sigue su camino, la piedra ya no está donde antaño. Los corazones de estas dos mujeres siguen latiendo.

La niña creció, supo, entendió y de todo lo que vivió, lo único que quisiera borrar, es el dolor que padeció su madre. Porque aquella máquina le quitó, pero también le dió, le dió muchas hermanas que como ella vivieron una infancia diferente, pero se tenían las unas a las otras y a pesar de los pesares, no estaban solas.

Aún puede saborear el sabor amargo de las despedidas y el dulce placer de los deseados encuentros.